viernes, 6 de noviembre de 2009

Mandando fruta

Hoy desde el colectivo vi, al fondo de lo que parecía un terreno baldío, un árbol de nísperos. Para el que no conozca esta particular frutita, puedo contarle que se trata de una bolita color amarillo intenso, a medio camino de ser un damasco (así, fibroso), pero más jugoso, ¡riquísimo! El carozo es una "canica" casi perfecta, achatada en uno de sus lados; cuando la piel se le seca, se le sale como a los maníes. Y el árbol de nísperos llega a ser bastante grande, con las hojas verde oscuro, de forma "apalmerada".
Cuando vivíamos en Guernica, teníamos frutales en el parque. Uno de ellos era un níspero, por eso mi profundo conocimiento del tema. Había también una higuera, gigante; nunca pude comprobar la popular (y brujeril) leyenda según la cual este árbol sólo florece en la medianoche del 24 de diciembre. Además, una higuera más chica. Un árbol raro, que nunca supimos qué era (se sospechaba si no sería un nogal, pero nunca emitió fruto alguno). Una planta de mandarinas y otra de naranjas de ombligo. Un pomelo, por si fuera poco. Todo producía de manera tan generosa que mi papá diseñó un "recolector" de higos de altura (difícil de describir pero muy eficaz) y me quedó la imagen de mi mamá llenando fuentones y fuentones de naranjas grandes como balas de cañón. Luego vinieron el progreso (léase un patio nuevo, una parrilla) y adiós arbolitos. La higuera sucumbió al imbatible argumento de que era muy sucia. Se salvó algún cítrico.
Uds. saben que mi conexión con la naturaleza es escasa, aunque admito que cada vez que veo una naranja de ombligo me vienen a la cabeza ese árbol, esa casa y esas flores de azahar en pleno abril, fragantes y perfectas.
¿Y cuál es vuestra experiencia con las frutas? ¿Sólo las ven en la lata y con almíbar?

2 comentarios:

pepa urrea dijo...

¡No sabía de ese aspecto frutal tuyo! Pero me identifico completamente, por increíble que te parezca, ji ji.
En mi casa de cuando era chica había un nogal de lo más eficaz. Llovían nueces, literalmente. Me cansaba de juntar y romper nueces. No, eso no es verdad. Nunca me cansé de romper nueces.
En el campo al que iba había una higuera, pero estaba en sus últimas y resultaba un arbolito bastante deprimente, aunque a mí me gustaba porque era accesible para treparse, a pesar de las subsiguientes increpaciones de la Senior, porque algo había en esas ramas que manchaba.
También había un árbol de mandarinas: chiquitas, de piel finita, no costaba nada pelarlas, ¡y eran dulces! (Y el arbolito también era fácil de trepar.) Nunca comí después mandarinas como ésas, pero hace un tiempo tomé un jugo Clight que me remitió directamente al año 1974, a dicho arbolito, al olor de las mandarinas, al calor de febrero y a las uñas negrísimas de roña (la Senior también me increpaba por este detalle).
Después están las manzanas... pero las dejo para cuando hables de dietas, si hablás.

Leo dijo...

Me hiciste acordar de todo eso! Increible, como extraño nuestro nispeeroooooooo!!! Amaba esa fruta.
Y te olvidas de agregar las moras de los abuelos! Que violeta quedabamos despues de atacarlas.

Te quiero hermana!
L.