viernes, 28 de mayo de 2010

Vergüenza es robar

Quizá muchos no lo sepan, pero hace poquito compré mi primer auto (aunque eso es tema de otro post). Y quizá tampoco sepan que mi conviviente está haciendo sus primeras armas en el diseño de ropa (y eso... eso también es tema de otro post). Resumiendo: ambas novedades se combinaron recientemente y dieron como resultado un episodio hilarante.
Tuve la peregrina idea de ir un día a trabajar con el coche, de lo cual me arrepentí casi al instante porque había más tránsito que en el Autódromo un domingo de TC. Para rematarla, no encontré sitios libres en la calle y me vi obligada a dejarlo en un garaje. Al bajar, mi mente estaba perturbada: por un lado, procuré desenchufarme del manejo; por el otro, empecé tipo pulpo a agarrar todo (todo lo que llevamos las minas: la cartera, la bolsita con esto, la carpeta con lo otro y un largo etcétera). Giré (hasta ese momento había estado de espaldas a dos hombres que atendían en la garita de la entrada) y sucedió algo de lo que, juro, no me percaté: se me cayó la pollera que estrenaba esa mañana, la primera creación de Diego. No le había trabado el cierre y evidentemente, en el fragor de la conducción, me había revuelto en mi asiento como una posesa. Gocé, sin embargo, de algunos atenuantes: la casi oscuridad del lugar y el hecho de llevar medias negras y gruesas, que más bien parecen calzas, lo que evitó la exhibición de las cachas.
Los "garajistas" actuaron como verdaderos caballeros; en absoluto silencio se limitaron a señalar mis tobillos, sepultados bajo la indigna tela. Y yo actué como una verdadera dama: me levanté la falda, ajusté debidamente el cierre y, poniendo cara de piedra, consulté por el valor de la estadía y me mandé a mudar.

A ella nunca le hubiera pasado...

martes, 25 de mayo de 2010

lunes, 10 de mayo de 2010

Cenicienta devaluada

Sábado a la tarde,
pleno centro de Villa del Parque

domingo, 2 de mayo de 2010

Chinatown


El sábado fui por primera vez al Barrio Chino de Belgrano. La onda oriental no me mata, pero sí me agradan muchos de sus platos típicos y la montaña de baratijas que pensaba comprarme, je. Es un paseo recomendable para comprobar que existe un mundo dentro del mundo. Me quedaba colgada mirando esas lámparas de papel y flequitos, esos gatos que atraen dinero, los menús bilingües, las estanterías de los supermercados surtidísimas de frasquitos vistosos pero llenos de quién sabe qué. Y pensaba: esto que para mí es la cumbre del exotismo, para esta gente es la vida cotidiana. Es loco; imaginen por un momento que en pleno Pekín hay cuatro cuadras de talabarterías, parrillas, boutiques de bombachas gauchas y "todo por dos pesos" donde abundan boleadoras y llaveros de Maradona. Y que todo eso esté invadido por chinos curiosos.
No esperen ninguna revelación onda I-Ching: vayan dispuestos a comer rico y no entender la mitad de las cosas, a revolver a piacere en los canastos de chucherías y a fantasear con comprar una pilchita típica aunque nunca te la pongas...