jueves, 1 de abril de 2010

Europa Europa

Un día como hoy, 1ro. de abril, pero de hace diez años, estaba viajando por primera vez a Europa. A mí lo que siempre me había desvelado era conocer Londres, tan anglófila como soy, pero en los tiempos del 1 a 1 era posible soñar más allá, y al final terminé recorriendo Inglaterra, Escocia, Italia y Francia. Dije 1 a 1 y parece mentira que con sólo 5000 pesos/dólares pude pagar absolutamente todo (pasajes, excursiones, alojamiento, regalos, etc.). De todas maneras, nadie me regaló nada, y tuve que quemarme las pestañas corrigiendo free-lance parvas de libros para juntar mango sobre mango... costaba pero se podía.
Nunca en mi vida había subido a un avión y de pronto, en escasas semanas, tomé cinco vuelos, todos por la gloriosa British Airways. El de bautismo fue de trece horas; estaba tan loca que no dormí casi nada. Recuerdo ciertos detalles gratos: un inglés a mi lado que libaba como una esponja; capítulos de "Friends" y de "Seinfeld" por la TV; la mantita que te dan para la "noche" (¡aunque ahí adentro es siempre de noche!). En la conexión a Roma, un aeromozo era la suma exacta del Niles de "The Nanny" y Benny Hill.
El trabajo de turista puede llegar a ser agotador. Lo comprobé al segundo día nomás: jet lag mediante, se ve que me confié y me quedé dormida; de recepción llamaron avisando que la excursión a Capri ya estaba esperándome. Salté de la cama y salí sin maquillarme (¡horror!); dormité en el ferry, en el micro... un papelón. En Florencia cundió el pánico. Era la segunda ciudad de todo el viaje, recién empezaba, y sentía un cansancio demoledor. Pensé: no voy a poder con semejante viaje, no me dan las gambas, cómo me metí en esto la p*t% m&dr*... Con el correr de los días me tranquilicé y entendí que todo es cuestión de dosificar las actividades y las energías. A veces, en pos de la supervivencia, hubo que hacer ciertos sacrificios. Por ejemplo, en la Galería de los Oficios había una cola símil procesión a Luján que me espantó, así que opté por el Palazzo Pitti, que estuvo bárbaro. Aprendí la lección más valiosa (de ese viaje y de mi vida): por más aferrado que uno esté a una lista de cosas para ver/recorrer, hay que tener la flexibilidad de cambiar sobre la marcha sin lamentarse.
El agotamiento no venía sólo por el lado físico. El bocho está siempre alerta en una aventura como ésta. Yo creía que sabía inglés, hasta que llegó la hora de hablarlo; me hacía unos embrollos bárbaros. No existía el euro todavía, así que pasé por francos, libras, liras, billetes grandes, chicos, monedas de mil variedades, incluidos esos peniques que sólo Dios sabe lo que valen. En las fronteras, ojo con perder el pasaporte. En el subte (en subtes de hasta catorce líneas), ojo con las combinaciones. En países con volante a la derecha, ojo al cruzar la calle. En ciudades con más de un aeropuerto internacional, ojo con pifiarle...
Diez años después es posible hacer lecturas sociales interesantes. En Liverpool me aluciné al ver a chicas muy borrachas por la zona de los boliches, algo que ahora es pan cotidiano en los programas de Rolando Graña pero que en 2000 no era tan visto, al menos no tan abiertamente. En París me llamó la atención que hubiera una peluquería por cuadra, todas con mucha onda y bien iluminadas (como las que ahora vemos en cadenas tipo Adriano Giardino), mientras que acá teníamos la de barrio y, en el otro extremo, un Giordano o un Llongueras, pero nada más. Los cajeros automáticos de cualquier país estaban bien expuestos y te obligaban a operar sobre la vereda, nada de cubículos con blindex; eso, por obvias razones, no creo que alguna vez lo tengamos aquí.
Dos ciudades me impactaron en particular: Roma y Edimburgo. La primera quizá por ser la que inició el recorrido, pero también por estar llena de belleza hasta en lo más nimio. Nunca vi mejores vidrieras en mi vida; los tanos llevan la estética en la sangre. La estética y el quilombo, el tránsito desbordado, las risotadas en los cafés... A los diez minutos de llegar dije "Ahhhh, ya entendí". Porque entendés de dónde venimos los argentinos, de esa raíz latina, caótica, un poquito corrupta e infinitamente querible. Edimburgo es increíble. Una especie de plaza alargada divide a la capital de Escocia en dos: de un lado la ciudad medieval, toda de piedra, con ese castillo gélido donde los reyes vivían, gobernaban, se traicionaban y morían (sobre todo eso, morían); del otro, la modernidad acotada, de no más de tres pisos de altura, con negocios de todo tipo, hoteles y pubs. De fondo, los verdes más intensos gracias a la llovizna permanente.
Es muy loco estar en Europa. Se mezcla todo: William Wallace, Rómulo y Remo, McDonald's, la Capilla Sixtina, monumentos que tienen mil años, The Beatles, las carteras truchas que venden los africanos corridos por la policía, el marplatense radicado en Italia al que le compré la billetera que aún conservo, los trenes tipo Star Trek, las tres horas de cola para subir a la Torre Eiffel, el cristal de Murano, las joyas de la reina de Inglaterra, los franceses con sus quesos maravillosos y su escasez de desodorante, los autos de película, la Mona Lisa, museos que parecen todos iguales, Versalles, los gondoleros, el cambio de guardia en Buckingham... ésas son las imágenes que se me vienen a la mente. Eso y el fuerte convencimiento, mientras estaba allí, de que éste, mi país, es pese a todo el lugar más hermoso del mundo.

En el Coliseo romano: "I'm the queen of the world!"