viernes, 28 de mayo de 2010

Vergüenza es robar

Quizá muchos no lo sepan, pero hace poquito compré mi primer auto (aunque eso es tema de otro post). Y quizá tampoco sepan que mi conviviente está haciendo sus primeras armas en el diseño de ropa (y eso... eso también es tema de otro post). Resumiendo: ambas novedades se combinaron recientemente y dieron como resultado un episodio hilarante.
Tuve la peregrina idea de ir un día a trabajar con el coche, de lo cual me arrepentí casi al instante porque había más tránsito que en el Autódromo un domingo de TC. Para rematarla, no encontré sitios libres en la calle y me vi obligada a dejarlo en un garaje. Al bajar, mi mente estaba perturbada: por un lado, procuré desenchufarme del manejo; por el otro, empecé tipo pulpo a agarrar todo (todo lo que llevamos las minas: la cartera, la bolsita con esto, la carpeta con lo otro y un largo etcétera). Giré (hasta ese momento había estado de espaldas a dos hombres que atendían en la garita de la entrada) y sucedió algo de lo que, juro, no me percaté: se me cayó la pollera que estrenaba esa mañana, la primera creación de Diego. No le había trabado el cierre y evidentemente, en el fragor de la conducción, me había revuelto en mi asiento como una posesa. Gocé, sin embargo, de algunos atenuantes: la casi oscuridad del lugar y el hecho de llevar medias negras y gruesas, que más bien parecen calzas, lo que evitó la exhibición de las cachas.
Los "garajistas" actuaron como verdaderos caballeros; en absoluto silencio se limitaron a señalar mis tobillos, sepultados bajo la indigna tela. Y yo actué como una verdadera dama: me levanté la falda, ajusté debidamente el cierre y, poniendo cara de piedra, consulté por el valor de la estadía y me mandé a mudar.

A ella nunca le hubiera pasado...